No somos una familia al uso. Mi
hermana vive fuera y nuestras vidas locas nos impiden vernos todos los días como
lo hacen otras familias, pero no pasa nada. No nos agobiamos con continuas visitas. Tampoco somos mucho de teléfono,
solo llamamos cuando realmente hace falta o cuando realmente queremos saber
algo. No descolgamos el teléfono por bobadas. Si, ya sé, a veces está bien
hacerlo solo para oír una voz “familiar” al otro lado, solo para ver cómo lleva
la mañana o como ha pasado el día, pero… no nos sale…
Los acontecimientos actuales nos
han hecho ver que esto tiene que cambiar, yo intento ver a mis padres más a
menudo y mi hermana llama casi todos los días, pero seguimos siento una familia
un tanto despegaaaaa.
Por eso se me hace duro pensar
que, algún día (espero que muuuuuuy lejano) esa sensación de orfandad llegue a
nuestras vidas y no porque yo lo quiera, si no porque ocurra de verdad.
Y es que, desde hace un tiempo,
llevo preguntándome qué se debe sentir cuando te faltan dos miembros tan importantes
en tu vida.
Recuerdo como reaccioné cuando me
enteré de la muerte de la madre de una chica a la que apenas conocía. Llegue a
casa llorando y lo primero que hice fue abrazar a mi madre y decirla que no podría
vivir sin ella. Se asustó bastante porque hasta que puede contar la razón de mi
llanto desesperado pasó un buen rato.
También recuerdo el funeral del
padre de otra amiga, la vi derrumbarse y sentí tal sentimiento de empatía que mis
lágrimas brotaron como hubiera sido mi padre el que hubiera fallecido.
El año pasado, por estas fechas,
tuve la oportunidad de acompañar a mi madre al cementerio. Ella ya ha enterrado a sus padres y podría
haber hecho LA PREGUNTA, pero no me atreví. No quería hacerla sentir más triste
de lo que ya la veía y, sinceramente, tampoco quería saberlo, no me sentía
preparada.
Y AHORA TAMPOCO.
Sé que es ley de vida, que no nos
podemos quedar aquí para siempre, pero no concibo la idea de no poder verlos
porque YA NO ESTÉN y no porque “no me dé la vida” para verlos.
La solución, sencilla: llamar
todos los días (aunque no tengamos mucho que decirnos) y establecer un
calendario de visitas con horarios para poder hacernos un hueco en
nuestra “apretada agenda”. Vamos, dejar de hacer lo que para nosotros es “lo
normal” es decir, “no agobiar”.
PUES NO LO CREO.
Lo mejor es atesorar momentos DE
CALIDAD, aunque sean POCOS, pero intensos, y esos no se pueden planear, no se
puede “gestionar la agenda” para tenerlos. DEBEN SURGIR.
Esos momentos son mágicos,
inesperados y sobre todo INOLVIDABLES. Esos momentos pueden durar un segundo o
varias horas y tampoco tienen que vivirse haciendo algo extraordinario. Pueden
surgir viendo la televisión o sentados
en el sofá sin hacer absolutamente nada, solo ESTANDO AHÍ. Esos son los
verdaderos MOMENTOS, los de mayúsculas,
subrayado y negrita.
CONCLUSIÓN: Debo asumir que ESE OTRO MOMENTO
(ni siquiera puedo escribirlo) llegará algún día y que no voy a estar
preparada. A lo mejor tengo que hacer de tripas corazón y atreverme a
preguntar. Esa sería otra forma de #reinventarme.